Lo admito, soy culpable. Culpable de no admirar cada atardecer, de no perder el aliento con los colores que el cielo pinta cada puesta de sol, de pedir deseos banales cada vez que el sol se pierde en el horizonte.
La cotidianidad de haber nacido afortunada y vivir en un puerto, a tan sólo unos metros del mar, me ha mal acostumbrado. Por eso te pregunto, a ti que no puedes ver las olas perseguir al viento todos los días, si pudieras ver en este momento el increíble espectáculo que es cada puesta de sol en el Pacífico Mexicano y justo antes de ocultarse el sol tuvieras la oportunidad de pedir un deseo ¿qué pedirías?
Te lo pregunto porque ya no confío en mi corazón, porque tristemente algunos días se vuelve ciego ante tanta belleza y desagradecido deja escapar ese preciado momento en que el cielo deja atrás su azul brillante para fundirse en una mezcla multicolor tan asombrosa que no parece real sino una pintura, porque solo en la imaginación podría haber imaginado uno tan bellos colores.
Tú, que pocas veces has visto el mar o tal vez nunca te has perdido en su bastedad, no desaprovecharías la oportunidad de hacer valer ese deseo, de pedir algo significativo, de adentrarse en lo más profundo de tu ser para descubrir qué es aquello que más añoras. Tú no lo mal gastarías en cosas banales sobre las cuales tienes control, porque sabes que el simple hecho de estar parado ahí, con la brisa del mar en el rostro, ya te hace más afortunado que la mayoría de las personas en el mundo, porque son pocos los que pueden estar en tu lugar en ese preciso momento.
Así que, por favor dime, ¿qué pedirías?
Tal vez el secreto sea ese, actuar como si no viviera cerca del mar, para entonces valorar cada puesta del sol como si fuera la primera que mis ojos la ven, como si mañana no fuera a tener la dichosa oportunidad de verla de nuevo, pues esa es la verdad. Que arrogante he sido todos estos años al creer que ese espectáculo estará ahí para siempre a mi alcance cuando nadie tiene seguro nada en esta vida.
A ti, cuya ciudad también es bella a su manera, gracias por hacerme entender que toda la belleza que trae consigo el atardecer no sirve de nada sino me tomo un momento para verdaderamente contemplarla.
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