En plenos años 20s, cuando las “flappers” estadounidenses dijeron adiós al cabello largo y los corsés y empezaron a vestir faldas cortas, en México, Carmen Mondragón, hija del general revolucionario Manuel Mondragón, se despojó de mucho más y exhibió su cuerpo como una obra de arte destinada a adular a los hombres.
Su incomparable belleza y espíritu libre cautivó al pintor y escultor mexicano Gerardo Murillo Cornado, quien se dio a conocer como Dr. Atl, con quien estableció una intensa y enfermiza relación. A partir de ese momento Carmen dejó a un lado su nombre y apellido y se convirtió en “Nahui Ollin”, la leyenda que hoy todos conocemos.
Si bien su empoderamiento sexual resultó controversial en la época, Ollin no sólo se destacó por ser precursora de la liberación sexual femenina en el País, sino por su talento artístico como escritora, pintora y poeta, talentos que alimentó desde niña cuando su padre la mandó a un internado en París.
Ella fue parte del selecto grupo de féminas que se apropiaron de élite cultural entre 1920 y 1930, pues asistía a veladas bohemias con Dolores del Río, Antonieta Rivas Mercado y su gran amiga Frida Kahlo, siendo así también musa de su marido Diego Rivera.
Sin embargo, a pesar de su gran talento es recordada por sus turbulentas relaciones, pues las peleas y los celos le valieron fama de loca. Sí, no cabe duda que Ollin fue un ser emocional y hasta visceral.
Se dice que mató a su propio bebé, el que tuvo con su primer amor, el joven cadete Manuel Rodríguez Lozano, quien se rumora que era homosexual. Se desconoce si este hecho es verdad, pero a Rodríguez Lozano le debe la fama de vengativa, así como el haber conocido a grandes figuras como Pablo Picasso, cuando la pareja vivía en París tras el estallido de la Revolución.
En cuanto a su relación con Dr. Atl, éste la ovacionó en sus obras, pues fue su musa durante los cinco años que estuvieron juntos, pero la realidad estaba destinada a fracasar, especialmente después de que el escultor revelará la violencia que vivían al dar a conocer en sus memorias que en un ataque de ira ella le rompió una lata de pintura en la cabeza. Tan tormentosa fue su relación que fue objeto del libro del escritor Alain-Paul Mallard, en su obra “Nahui versus Atl”, además de cerca de unas 200 cartas escritas por ella hacia a su amado, en las cuales se destaca su ninfomanía.
Después de Atl, Nahui Ollin tuvo decenas de amantes, algunos en secreto, otros no tanto, pero siempre terminaba sus relaciones. No fue hasta que conoció al capitán Eugenio Agacino, un militar que trabajaba en la Compañía Trasatlántica Española, que el verdadero amor llegó a su puerta, y con él la verdadera locura.
Agacino fue su inspiración para un sinfín de poemas y pinturas en las que se retrataba siempre junto a él, pero cuando éste murió en el mar, algo murió dentro de ella también y se retiró completamente de la vida pública, dejándose caer en una decadencia total que la perseguiría hasta el fin de sus días.
Se aferró al recuerdo de su época de oro, cuando era bella y deseada, y con maquillaje exagerado se le veía pasar por la Alameda, sucia y obesa, recogiendo gatos muertos cuya piel utilizó para crear un abrigo que arroparía su exótica figura hasta su muerte el 23 de enero de 1978, cuando a sus 85 años cerró sus enormes ojos recostada en la misma habitación en la que nació.
Oh sí, Nahui Ollin jugó a ser musa y artista al mismo tiempo, pues su narcisismo no cabía únicamente en sus autorretratos. Y pese a que actualmente en México predomine el culto a Frida Kahlo como principal representante del feminismo y la liberación sexual, fue Ollin, sin duda, quien merece el título, tanto por su extensa obra como por su singular personaje.
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