Una maestra de Argentina solucionó este problema de forma muy inusual: sentó en un pupitre escolar a un perro y cambió por completo la conducta de sus alumnos. El perro llamado Luck muchas veces entraba al patio de la escuela.
La maestra notó que durante las pausas entre clases, los niños se olvidaban de todas las discusiones, dejaban otros asuntos y se reunían para jugar con el perro. Entonces se le ocurrió llevar a Luck al salón y ver cómo reaccionarían los alumnos.
Resulta que la presencia del perro, quien por cierto no faltó a ninguna clase, cambió a los alumnos que antes solían ser despistados. Los niños le tomaron más interés a los estudios, empezaron a prestar más atención y a interactuar con más ganas con su maestra.
Ahora van a clases con gusto y ya no se pelean por tonterías. Tal vez cada equipo necesita a veces a un Luck como este. ¡Aunque sea solo por un día!