Sucedía al mismo tiempo que la familia del presidente y vice presidente de Estados Unidos, en pleno ejercicio del máximo acto de hipocresía, asistían en la catedral a un servicio religioso mixto donde se expresarían ante ellos las diversas religiones del país. Clásica mochería barata siendo presidido el encuentro por un individuo egocéntrico sin honorabilidad moral, promotor del conflicto y la división, que maltrata al prójimo con la mano en la cintura.
Pero la cruda realidad le pegó en la cara a Trump luego del día de ayer que tomó posesión.
La mayoría de Estados Unidos y del mundo lo repudian no lo quieren ahí ejecutando en su contra.
Frío el recibimiento dado por la ciudadanía al presidente número cuarenta y cinco, sólo un escaso grupo de raza blanca lo fue a recibir.
La vibrante oradora de la marcha de las mujeres en Washington, América Ferrara, una actriz hija de migrantes hondureños, le dijo al narciso Trump:
“…Usted no es Estados Unidos, el Congreso no es Estados Unidos, cada una de nosotras y nosotros somos Estados Unidos y no cesaremos de contrarrestar sus inaceptables propuestas hasta lograr proteger nuestros derechos obtenidos…” “…este es sólo el día uno de una lucha que no se detendrá…”
¿Podría la iniciativa de las mujeres estadounidenses y sectores vulnerables a sus políticas—gays, migrantes, mexicanos, musulmanes-- bajar de la silla presidencial a Trump?
La presión será fuerte y continua.
Se agudizará desde luego a la par de que la presidencia y el congreso actúen en contra de las libertades o de los intereses de la mayoría de su población.
Ojalá lo tumben. Si no fuera así, serán cuatro años de grave inestabilidad socioeconómica.
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