¿Alguna vez te has golpeado el dedo chiquito del pie con una silla y has dejado escapar una grosería? ¿Qué hay de cuando te has cortado por accidente? ¿O cuando te han inyectado algún medicamento doloroso? ¡Uy o cuando te depilaste con cera! Seguro en todos esos casos dijiste una que otra mala palabra, pero por qué.
Probablemente ya habías notado que al experimentar dolor es común que maldigas, de acuerdo con un estudio realizado en Reino Unido, esto puede ser una reacción involuntaria para ayudarnos a soportar el dolor.
Según el estudio realizado por el psicólogo Richard Stephens de la Universidad de Keele, decir groserías o malas palabras puede ser un factor significativo en la reducción del dolor físico.
Para comprobarlo, se le pidió a un grupo de personas que sumergieran la mano en agua fría, la mitad era libre de decir groserías mientras que el resto se le prohibió decir malas palabras. El resultado evidenció que las personas que dijeron groserías aguantaron casi un minuto más con sus manos sumergidas que el resto de los participantes.
Esto se debe a que maldecir aparentemente libera endógenos, sustancias químicas analgésica naturales, cuyo efecto en el cerebro es similar a los de analgésicos, por lo que el repetir groserías aumenta la tolerancia al dolor.
Siguiendo esta teoría, Stephens argumenta que es posible que las personas desarrollen una dependencia a este tipo de vocabulario como un mecanismo de defensa, esta tendencia adictiva podría suceder de manera contraria también, siendo las personas que dicen malas palabras más propensas a desarrollar una adicción de opioides o analgésicos.
De igual manera esto podría utilizarse como estrategia alternativa para personas que sufren enfermedades dolorosas para ayudar a combatir su dolor.
El estudio también arrojó que las malas palabras son más utilizadas en personas de clase trabajadora, lo que los investigadores relacionaron como una forma de liberar el estrés y lidiar con el dolor emocional de la carga de trabajo cotidiana.
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