Durante la época barroca fueron el equivalente a las estrellas de rock. Eran admirados, tenían riquezas, organizaban grandes fiestas y eran el centro de atención de la aristocracia. Sin embargo, detrás de su hermosa voz aguda se escondía una gran tristeza.
Los castrati, alcanzaron su máxima popularidad en el siglo XVIII, en Italia, su voz era una mezcla de la potencia masculina y la finura femenina, pero a diferencia de los contratenores actuales esta mezcla no era el resultado de la práctica y técnica, sino como su nombre lo indicaba de una castración parcial.
En una época en que la mujer no figuraba en el mundo de las artes, ni en ningún otro para ser verdad, ser varón y nacer con una voz prometedora era una maldición disfrazada, pues a los niños con estos dotes se les llevaba clandestinamente al “barbero-cirujano”, donde se les drogaba con opio, los metían en un baño de agua caliente y se les cortaban los conductos que desembocaban en los testículos para que éstos se atrofiaran y cayeran con el tiempo.
Era un acto ilegal y barbárico, pero la sociedad se hacía de la vista gorda, ya que los pocos que llegaban a triunfar en la escena de la ópera italiana eran aclamados cual realeza.
De acuerdo con la revista El Malpensante, se calcula que a principios del siglo XVIII se llegaban a someter a unos cuatro mil niños por año a esta operación; incluso se tiene conocimiento de un hospital en Florencia, en el cual la castración se realizaba en cadena de hasta ocho niños a la vez.
Este procedimiento se realizaba con el fin de evitar la producción de hormonas sexuales masculinas, responsables del cambio en la voz durante la adolescencia. Por ello, la mayoría de los niños eran intervenidos entre los 8 y los 12 años.
Aquellos que eran parcialmente castrados después de los 10 años tenía la oportunidad de desarrollar un pene adulto, a pesar de mantener rasgos femeninos. Algo que irónicamente les dio fama de grandes amantes.
Se dice que las mujeres, sobre todo las inglesas, tenían una fuerte atracción por los castrati italianos, ya que en ellos encontraban el beneficio de la contracepción, algo que sin duda los convertía en el blanco de aventuras discretas entre mujeres casadas. Entre las anécdotas que circulaban en esa época, se encuentra la de Consolino, un castrato que sacó provecho de su situación en Londres al disfrazarse de mujer para ver a sus amantes y mantener relaciones sexuales con ellas en su propio hogar, prácticamente bajo las narices de su esposo.
Además, se decía de ellos que tenían un mayor rendimiento sexual que el hombre promedio, debido a su falta de sensación. Por otro lado, sus rasgos andróginos los hacían atractivos también para los hombres, pues la mayoría incluso había desarrollado pechos que exhibían en la intimidad dentro de seductores corsés.
El más famoso de los castrati, fue Carlo Boschi, mejor conocido como Farinelli. Su voz era tan angelical que en 1738 la reina Isabel de España llamó al cantante para que animara con su voz al rey Felipe V, quien padecía de una gran depresión. Farinelli pasó 22 años como cantante de cabecera del rey y después de su hijo Fernando VI. Se calcula que se presentó más de 3 mil noches, en las cuales cantó hasta el amanecer.
Finalmente, con la incorporación de las mujeres a la escena musical, las voces de los castrati perdieron interés y fueron relegados a coros eclesiásticos hasta desaparecer en el olvido. El último castrato fue Alesandro Moreschi, quien falleció en 1922.
Tan hermosas voces y tan trágicos desenlaces.
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