Ellos han conseguido que parezca normal, que lo sea. Quinto año consecutivo, esa música suena, rodeando al Atleti. “The Champiooons”. Otro martes más en la oficina desde que Simeone habita en el banquillo. Ayer sonaba en Roma, por primera vez, ciudad eterna, como el sueño rojiblanco, que ayer se estrelló con los guantes de un portero. Mereció los tres puntos. Por juego y ocasiones pero terminó como en Valencia. 0-0.
Liberado Saúl, con Thomas, heredero de Gabi en trono y funciones, al lado del capitán Gabi, permite al Atleti explotar ese arma que Champions a Champions tumba partidos y deshace fantasmas: la zancada de Saúl. Jugada de Vietto, pase entre dos defensas a Filipe, que corre por la izquierda y la pone rasa para que, por detrás, en segunda línea, por sorpresa aparezca Saúl y envié el balón al palo con el ímpetu de un obús. Primer aviso. Tardaría en llegar el segundo porque el Roma bajó el balón al suelo y dejó de jugar buscando sólo una contra. Así llegaron las carreras de Defrel, los duelos intensos en la banda Filipe-Peres, se equilibró el partido, aunque el Atlético siguiera presionando la salida del balón romano casi a los pies de su portero, Alisson.
Como dos púgiles sobre el ring, comenzaron a sucederse los golpes. Nainggolan casi marca un golazo pero se topó con el guante de Oblak, la mano milagrosa de cada partido, por bajo, ajustada al palo y, en la jugada siguiente, Manolas se la saca a Koke en la línea de gol y Alisson el rechace de Griezmann. En ese momento, los focos ya estaban sobre Vietto, al que otro tren más se le escapó de Roma. Elegido por Simeone delantero titular, parecía un niño entre hombres. Todo le quedaban grande. Lo primero el partido. Naiggolan le miró hasta con lástima al rebanarle un balón en una contra que el argentino corrió como si por pies tuviera tortugas y el árbitro directamente ni le miró dos jugadas más tarde. Si lo hace pita penalti. Tan clara fue su mano.
A Thomas hace tiempo que sobre sus músculos puede colgar Simeone y toda una afición sus sueños: ni un pase fallado en la primera parte, su mapa de calor pintaba de rojo todo el verde del Olímpico de Roma. Tras el descanso, el Atleti había borrado a la Roma, creciendo sobre el equilibrio y la consistencia que el ghanés le da al centro del campo y las carreras de Filipe en la izquierda, siempre cuchillo. Cuando en el minuto 62 Simeone sacó de su banquillo a Carrasco (por Gabi) el campo se convirtió en un tobogán a la portería de Alisson.
Correa ya llevaba cuatro minutos en el campo y en ellos ya había pisado más veces el área chica romana que Vietto en los 58 anteriores. Cada vez que tenía el balón había un rumor en la grada. Peligro, peligro. En el Atleti ya había once hombres. Bueno, diez y medio, porque Griezmann fue aquel remate en la primera parte al rechace de Koke y nada más.
Cuando Simeone le sacó del campo el héroe en Roma llevaba guantes y habla portugués con acento de Brasil: Alisson, el tapón de la Roma al final del tobogán rojiblanco. Porque mientras la amenaza de la Roma eran los desmayos de Perotti ante Juanfran cada vez que pisaba el área por si el árbitro decidía devolver la de Vietto, atacaba el Atleti, por dentro, por fuera, y tenía el balón, pero cada ocasión se estrellaba con el portero de la Roma. O con la madera, como si la hubiese frotado antes con ajo. Porque lo intentó Carrasco con un zapatazo brutal y lo paró, y lo intentó después Correa y lo mismo y lo intentó Saúl, por último, con la ocasión más clara, a dos pasos suyos, toda la portería ante él, vencida ante su zancada, y se fue al palo mientras el Chelsea aplastaba al Qarabag y Alisson se miraba su traje lleno de magulladoras, pero sin ninguna herida.
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