La Tambora sinaloense: música que hace vibrar el corazón


Cuando La Tambora empieza a tocar, toda pose y todo marco social es tirado por la ventana, dejando ver la verdadera esencia de quienes aman esta tierra
La Tambora sinaloense: música que hace vibrar el corazón

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martes, 10 de octubre de 2017 0:00

En 1985, el escritor sinaloense Héctor R. Olea describió a “La Tambora” como una “vital pujanza del hombre del noroccidente que lo hace descargar el alma de inhibiciones y represiones”. Según el también historiador, todos los sinaloenses son arrastrados, sin distinción de clases sociales o condiciones económicas, por un impulso emocional cuando escuchan sus sones.

 

Cuánta razón tenía Olea, el sinaloense no puede ni quiere negar sus orígenes. Cuando La Tambora empieza a tocar, toda pose y todo marco social es tirado por la ventana, dejando ver la verdadera esencia de quienes aman esta tierra.

 

En ese estado anímico la reacción puede ser una sonrisa, un grito, una blasfemia o el disparo de un arma de fuego. La Tambora transmite fuerzas al débil y lo envalentona”, dijo Olea.

 

Los orígenes de esta música, tal y como la conocemos, suelen remontarse a mitad del siglo XIX cuando debido al boom minero se incrementó la llegada de emigrantes de Europa Central a Mazatlán y, con ellos, la importación de instrumentos musicales, razón por la cual el puerto se convirtió en el núcleo de este género.

 

De acuerdo con investigaciones del cronista mazatleco Miguel Valades Lejarza, fueron los hermanos alemanes Jorge y Enrique Melchers quienes iniciaron la importación de instrumentos musicales alemanes para su tienda “Melchers Hermanos y Compañía”, como el piano, el acordeón, el violín, la trompeta, el clarín, el trombón y, por supuesto, la tambora.

 

En ese entonces los músicos de cuerdas eran considerados aristocráticos, pues amenizaban únicamente las fiestas de las familias prósperas del puerto, pero con la llegada de estos nuevos instrumentos muchos jóvenes comenzaron a adiestrarse por sí solos. Fueron así los campesinos quienes finalmente adoptaron los valses, polkas y música semi clásica a eventos públicos en plazuelas, formando su propio repertorio y dando origen a La Tambora.

 

 

Se les conocía como “músicos de oreja”, pues la mayoría practicaba diversos oficios y no tenía ningún entrenamiento formal en música; pero eran ellos quienes acudían al llamado popular cuando se les necesitaba, una especie de héroes musicales que llegaba inesperadamente a levantar ánimos con su música de viento.

 

Para quienes consideran que “La Tambora” no es sinaloense por estar compuesta por instrumentos europeos, es importante recalcar que en el folklore regional se le denomina así a la banda compuesta por instrumentos de viento y algunos percutores, pero sobre todo a la regionalización de los ritmos europeos basándose en historias y tradiciones de la zona.

 

Además, aunque el instrumento como se conoce actualmente no tuvo sus orígenes en Sinaloa, de acuerdo con las crónicas de Fray Andrés Pérez de Rivas, cuando los indios de la región tenían que convocar a guerra o invitar a un festín general lo hacían “a son de grandes tambores que sonaban y se oían a una legua”, a lo cual se le denominaba ya en ese entonces “tambora”, palabra que se deriva de la voz cahita “támpora”, que significa tambor.

 

La historia de “El Niño Perdido”

 

Puede que “El Sinaloense” sea el himno del estado por excelencia, pero cuando se habla de la tradición de la tambora y de lo magistralmente que puede llegar a contar una historia, entonces “El Niño Perdido”, de Wenceslao Moreno, es el mejor ejemplo.

  

Ésta lleva al público que la escucha a través de una historia popular que se cuenta en el municipio de Concordia y lo hace sin utilizar siquiera las palabras.

 

Se dice que era tradición del pueblo cuando se celebraba una boda contratar a una banda que solía venir desde Mesillas; los músicos iniciaban su trayecto musical en un paraje conocido como “la loma de los novios”, donde empezaban a tocar antes de entrar al pueblo.

 

En una ocasión uno de los músicos llevó a su hijo, el cual según la leyenda tenía unos cinco o seis años. Durante el día el pequeño, desatendido por su padre que estaba ocupado trabajando, estuvo jugando en diversas partes, hasta que después de unas horas nadie supo de él.

Pronto en plena boda se hizo saber que el niño estaba perdido y empezaron alarmados a buscarlo; no fue hasta que la desaparición del niño llegó hasta a oídos de un personaje popular de Concordia, conocida como Chuy del Cande, según la historia, que ésta sugirió que el pequeño podría haber tomado camino de regreso a Mesillas y tal vez se había perdido en el camino.

Para encontrarlo los músicos volvieron a la famosa loma y empezaron a tocar para darle señas al menor de su ubicación y que así éste pudiera encontrarlos. De ese modo lo hicieron y, efectivamente, un rato después, llorando, asustado y arañado apareció “el plebe”, terminando aquella congoja en una desbordada alegría.

 

Basándose en esta historia, Moreno escribió en Aguacaliente de Garate, Concordia, la música de la tradicional canción, en la cual una trompeta se lamenta con tristeza a lo lejos hasta reunirse con el resto de la tambora en un festejo de alegría y euforia.

 

La principal teoría apunta a que la trompeta representa al niño perdido, pero en el 2011 el compositor David Aguilar optó por darle otro sentido y, al ponerle letra a la canción, utilizó el lamento de la trompeta para representar el dolor del padre que busca a su hijo.

 

La letra no es oficial, pero sirve como un elemento para dar conocer la historia que enmarca el clásico.

 

“Fueron buscarlo todos juntos
Y nomás no estaba por aquí
Ni estaba por allá
Desde pequeño se fugaba
Sin saber a dónde ir
Tenía el alma fuera de lugar

 

Era como todos, pero nadie como él
Pues que curiosidad
Con la curiosidad
Y en este mundo
Donde todo te pudiera
Enloquecer se escucha
Tras del viento una canción

 

Ay… mi pobre niño
Por donde estas
Que viento te llevo
Tras las calles sin luz

 

Y pasaba el tiempo
Sin haber una señal
Y fueron a buscar a otro lugar”

 

 


 

Actualmente “La Tambora” ha sido corrompida por las letras de las canciones de banda, que, lejos de representar historias populares que reflejan las tradiciones regionales, se han convertido en vehículo de degradaciones y alabanzas que promueven en algunos casos la cultura del narcotráfico.

Sin embargo, “El Niño Perdido”, nos recuerda a una época donde estos ritmos representaban una fiesta llena de alegrías, y, por ello, se ha convertido en una pieza indispensable en el repertorio de toda Tambora.


Hoy en día la euforia que brinda el final encuentro entre padre e hijo aún está grabada en los corazones de todos los sinaloenses.


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