Mictlán, el inframundo mexica


Para poder descansar en paz, los mexicas creían que nuestro cadáver debe pasar por estas nueve pruebas para liberar el alma del cuerpo
Mictlán, el inframundo mexica

Por Redacción TVP

viernes, 27 de octubre de 2017 0:00

La tradición del Día de Muertos es una de las más especiales en nuestro País, no sólo porque honra a quienes ya no se encuentran entre nosotros de una forma que ningún otro país lo hace, sino también porque es una tradición 100 por ciento mexicana, cuyas raíces vienen desde la época prehispánica.

Los mexicas creían que el descanso final del alma estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida, por lo que la concepción del paraíso como un lugar para las almas buenas y bondadosas y el infierno para aquellas perversas no existía. Mientras quienes morían ahogados se dirigían a Tlalocan, el paraíso de Tláloc, dios de la lluvia, y quienes muertos en combate descansaban en el Omeyocan, o paraíso del Sol, presidido por Huitzilopochtli, todos aquellos que morían de muerte natural se dirigían al Mictlán, a excepción de los niños que tenían un lugar especial, llamado Chichihuacuauhco.

De acuerdo con la cosmovisión de los mexicas, al morir de manera natural las almas inician el trayecto al reino de los muertos, o Mictlán. El viaje de las almas a la puerta del inframundo duraba alrededor de cuatro días, a su entrada debían depositar ofrendas para el señor de Mictlán, “Mictlantecuhtli” o señor de los muertos, y su compañera Mictecacíhuatl, reina de Mictlán.


“Mictlantecuhtli", señor de Mictlán


Una vez iniciado el camino, se le presentaba al difunto una serie de obstáculos a través de nueve regiones del inframundo, este periodo de prueba duraba cuatro años y a su fin era recibido por el propio señor y señora de la muerte en el último nivel, que era el lugar del eterno descanso, denominado “obsidiana de los muertos”.

La primer región o nivel rumbo al Mictlán era “Aponohuaia, también conocida como Itzcuintlán, que significa “lugar de perros”. Este sitio se encontraba a la orilla del río Aponohuaia, el cual debía ser atravesado por el difunto con la ayuda de un xolotzcuintle, el perro tradicional mexica, pero no era tan fácil, pues aquí se presentaba el primer obstáculo: el perro sólo ayudaría a cruzar a quien hubiese llevada una vida digna y jamás hubiera incurrido en maltrato animal, además el perro guía debía ser específicamente uno de color marrón, pues de ser blanco habría de considerarse demasiado puro o limpio como para ensuciarse con las agua del río, y de ser negro su color podría hacer que el muerto lo perdiera de vista y jamás llegaría al otro lado. Debido a esta creencia se solía enterrar a los muertos junto con los huesos de un xolotzcuintle que cumpliera con las características necesarias para ayudarlo en el viaje.

El segundo nivel “Tepeme Monamictlán”, era sin duda todo un desafío, pues su nombre significa “lugar donde los cerros se juntan” y ésta era una expresión literal, ya que se dice que aquí el difunto se encontraba ante dos cerros que se abrían y cerraban con velocidad, chocando así de manera continua, por lo que debía buscar el momento exacto para cruzar por el fugaz camino entre ambos o de lo contrario su cadáver sería aplastado.

El “Iztepetl” era el tercer nivel, y era considerado una tortura de la cual ningún muerto podía escapar, consistía en un cerro cubierto de filosas piedras que desgarraban su cadáver mientras éste escalaba hasta la cima para cumplir la trayectoria.

El cuarto nivel era el “Itzehecáyan”, también conocido como “Cehueloyán”, era una región helada con fuertes vientos cubierta de una sierra con bordes puntiagudos y cuatro collados, o caminos entre montañas, en los cuales no para de nevar. Caminar a través de ellos no suena nada divertido.

Justo en el último collado del Itzehecayán, se encontraba la puerta al “Paniecatacoyán”, o Pancuetlacalóyan, que significa “lugar donde la gente vuela y se voltea como banderas”. Y que aquí los muertos pierden la gravedad y se encuentran a merced de los vientos, que los arrastra hasta que finalmente son liberados para pasar al nivel siguiente.

El “Timiminaloayán” es el sexto nivel, otro tormento para el difunto, pues aquí una serie de puntiagudas saetas vuelan por los aires intentan acribillar su cadáver mientras buscan atravesar el sendero. Se dice que las saetas son en realidad lanzas perdidas durante batallas en la Tierra.


"Los niveles del Mictlán"

Cada nivel parece ser más cruel, y en ese sentido el séptimo es verdaderamente despiadado. En el “Teyollocualoyan” habitaba Tepeyóllotl, señor de los jaguares, quien dejaba sus bestias salvajes libres para que estos abrieran el pecho de los muertos y comieran su corazón, éste era el precio que se debía pagar para seguir al siguiente nivel.

En el “Itzmictlán-Apochcalocán”, o “Apanohualoyán” desembocaba el río de aguas negras Apanohuacalhuia, el cual el muerto debe atravesar, si es que las aguas no lo ahogaban antes, para así continuar hacia el noveno nivel, “Chiconauhmictlán” un camino a través de un valle con nueve ríos más que representaban los nueve estados de conciencia. Al terminar este recorrido el muerto se despojaba de su cadáver y su alma era liberada para continuar.

Finalmente ya sin cuerpo, el muerto es rodeado por una niebla profunda que lo priva de la vista y lo sumerge en un estado de reflexión en el cual “revive” las decisiones y momento de su vida y se conecta con todo lo que fue su existencia y todo lo que le rodeaba en vida, hasta convertirse en uno mismo con la naturaleza, la luz y la vida.


En ese momento deja de sufrir y es recibido por el señor y la señora de los muertos, representados como calaveras, quienes le dan entrada al descanso eterno en el Mictlán, el cual jamás es descrito en sí en los textos antiguos, lo que refuerza la creencia de que los mexicas no creían en el concepto de lo bueno y lo malo que plantea la religión católica con su cielo e infierno, sino en una incorporación del alma al universo.

“Han terminado tus penas, vete, pues, a dormir tu sueño mortal”, es la frase que de acuerdo con algunos textos pronuncia Mictlantecuhtli para dar la bienvenida a los difuntos que se han probado dignos.

Con los años, la tradición del Día de Muertos fue incorporando la idea de los distintos niveles del camino al Mictlán en sus altares de muertos, aunque ahora éstos cuentan con únicamente siete niveles. La creencia era que durante los cuatro años que dura el trayecto al Mictlán, los muertos podían regresar un día al mundo de los vivos a comer, tomar y divertirse antes de regresar al martirio que simbolizan los nueve niveles del inframundo.

Para los mexicas, el festival que se convirtió en esta celebración se conmemoraba en el noveno mes del calendario solar, iniciando en agosto y celebrándose durante todo el mes. Actualmente, se celebra el 1 y 2 de noviembre para coincidir con la fiesta católica del Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos.




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