Esta costumbre se ha propagado de manera silenciosa e incesante, cual metáfora que pretende significar los lazos eternos de amor de las parejas que los colocan ahí de forma anónima. Y escogen estos lugares, porque los puentes suelen destacar por su belleza o porque forman parte de un panorama romántico y evocador. O quizá porque son sitios de paso incesante: el tráfico por arriba y el río por abajo no dejan de fluir, mientras estos candados permanecen quietos y cerrados, tan perennes como se quiere que sea el amor. Y acaso como se quisiera que fuese la propia vida.
El inicio de esta tradición, absolutamente popular y espontánea, podría estar en distintos viejos puentes de algunas ciudades, sobre todo europeas, donde la presencia de candados es ya de años. La acumulación exacerbada de dichos artilugios en algunos de estos puentes ponen de manifiesto una solera bien ganada. Todo un mérito es que, en plena era de pragmatismo y descreimiento generalizados, se abra paso una tradición tan romántica e idealista como ésta.
Y lo cierto es que no deja de extenderse: el Ponte Vecchio de Florencia, el Pont des Arts de París, el puente Hohenzollern de Colonia, el Luzhkov de Moscú, el Mecsek de Pécs (Hungría)... Y tantos otros por todo el mundo, sobre todo en los países del este europeo, cuyas sociedades parecen dar menos vías a la expresión de sentimientos.
Tan anónimo y espontáneo es todo, que es difícil saber cuál fue el primer puente donde se inició la presencia de estos candados del amor. No obstante, nadie reclama nada cuando se establece que el origen está en Roma, concretamente en el Ponte Milvio, una de las vías que atraviesan el Tíber.
Y todo se debe al relato Tengo ganas de ti, que en 2006 publicó el autor Federico Moccia y que narra la historia de dos jóvenes enamorados que figuradamente sellan su amor enganchando un candado en dicho puente. El éxito de esta novela, sobre todo entre los jóvenes, habría propiciado el inicio de la tradición, que continúa a pesar de multas y restricciones de los ayuntamientos.
Y habrá quien, sobre un puente de alguna otra ciudad, diga que esos candados ya estaban ahí antes de 2006. Sin embargo, nadie rebatirá el origen romano, acaso porque la Ciudad Eterna confiere un hermoso y sonoro pedigrí a cualquier asunto.
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