Al igual que el himno a la amistad de Alberto Cortez (1989), que habla de la pérdida de un amigo, cuando un periodista se va también queda un espacio vacío, uno que no lo puede llenar las palabras de otro colega.
Cuando un periodista se va, queda un fuego encendido, pues el coraje no se puede apagar ni con las aguas de un río. Cuando un periodista se va, se apaga una estrella, la que ilumina el camino hacia un país libre de corrupción y violencia.
Tristemente, México ha perdido alrededor de 120 estrellas desde el 2010 que inició la guerra contra el narcotráfico en la administración de Felipe Calderón hasta la fecha, según datos de la Fiscalía para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) hasta diciembre del 2016 y un recuento de los últimos meses realizado por TVP.
Así, el cielo nocturno mexicano brilla cada vez menos y es en esa oscuridad donde nos encontramos con lo peor de la humanidad: con la corrupción impune de nuestros políticos, con la crueldad del narcotráfico, con la violencia generalizada que nos ha colocado en el segundo lugar a nivel mundial, tan sólo después de Siria, un país en guerra.
En un país en que la FEADLE ha registrado 798 denuncias por agresiones contra periodistas, de julio del 2010 al 31 de diciembre del 2016, de las cuales 114 representan homicidios (sin contar los 6 casos más recientes este año), los periodistas se han convertido prácticamente en una especie en peligro de extinción, pues el miedo ha hecho que cada vez más de estos profesionales se dediquen a la nota suave o desistan de abordar temas que pudieran poner su vida en peligro. Se trata de simple instinto de supervivencia; sin embargo, aún hay quienes lo arriesgan todo, quienes no paran hasta descubrir la verdad, quienes tienen fe en este país y consideran que la información es la mejor arma contra los malos gobiernos y la opresión del narcotráfico.
Es una profesión ingrata, no sólo en México sino en el mundo entero. Los periodistas de verdad: los que anteponen las necesidades de la historia ante las propias, los que trabajan prácticamente 7 días a la semana porque nunca dejan de estar alerta de lo que sucede a su alrededor ni siquiera en sus días de descanso y los que protegen a sus fuentes porque entienden que no son los únicos que arriesgan sus vidas, rara vez son reconocidos. Se sabe de ellos a través del impacto de sus palabras. Sin importar qué área sea la que aborden, se rigen por principios que van más allá de un simple código de ética, ellos viven para dar la noticia y, aun así, su integridad es cuestionada en cada párrafo.
El asesinato del periodista sinaloense Javier Valdez, el lunes 15 de mayo en Culiacán, junto con la muerte de otros cinco profesionales desde marzo en Guerrero, Veracruz, Chihuahua, Baja California Sur y Morelos, ha golpeado fuertemente a la comunidad periodística, pero también al mundo entero que ha nombrado a México el tercer país más peligroso para ejercer la profesión, sólo por detrás de Siria y Afganistán, de acuerdo con la organización Reporteros Sin Fronteras.
Y lo peor es que el 99.7 por ciento de las agresiones registradas a periodistas no reciben sentencia, quedan impunes al igual que los crímenes expuestos por los cuales derramaron su sangre. De hecho, desde la creación del FEADLE, en el 2010, sólo se tiene registro de tres sentencias. TRES… de más de 798 denuncias de agresiones, incluyendo 120 homicidios, informó la Cámara de Diputados en un comunicado.
¿Por qué lo siguen haciendo entonces? ¿Por qué arriesgar sus vidas? La respuesta es sencilla: porque tienen fe en el resto de nosotros y creen fervientemente que la verdad nos hará libres algún día.
Por ahora, en honor a todos aquellos periodistas que nos han dejado a manos de la violencia, sólo puedo decir, en palabras del poeta y periodista Mario Benedetti:
“Te espero cuando miremos al cielo de noche: tú allá, yo aquí”
Gracias por creer en nosotros.
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