Los albergues mexicanos destinados a los migrantes centroamericanos afrontan cada vez mayores problemas por la falta de recursos, las aglomeraciones y el aumento de los casos de delincuencia.
Con la llegada al poder del presidente estadounidense, Donald Trump, se suponía que el flujo migratorio iba a descender por el miedo al endurecimiento de las políticas migratorias.
De acuerdo con datos oficiales, México, un país tradicionalmente de paso para los migrantes centroamericanos que pretenden llegar a Estados Unidos, se ha consolidado en los últimos años como un país de destino.
Durante 2017, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) registró 14.596 solicitudes, lo que supone un 66 % más respecto a 2016.
El albergue de Sánchez, que abrió en la década de 1990, es uno de los más grandes de la frontera sur. Al mes recibe aproximadamente de 350 a 450 personas, aunque las cifras pueden variar. Por ejemplo, en los días previos a que arrancara en Tapachula la última caravana migrante, a finales de marzo, en las habitaciones del albergue se acumulaban simultáneamente unas 160 personas.
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