La patata frita es un icono de la gastronomía belga pero también un alimento cargado de historia, leyendas y falsos mitos que recorre el "Frietmuseum", un museo ubicado en un edificio del siglo XIV en Brujas que pone en valor este alimento milenario y recoge su origen hispano.
Se trata del único museo del mundo dedicado al tubérculo, que cuenta con más de 5.000 variedades y que, pese a no tener orígenes belgas, es una de las bases de la gastronomía del país, donde está presente en sus miles de "friteries", que se remontan a finales del siglo XIX.
La patata llegó a Bélgica de la mano de un explorador español, Gonzalo Jiménez de Quesada, que buscando El Dorado en Colombia en 1537 encontró cultivos de maíz, judías y patatas.
Bélgica atribuye uno de los orígenes de la "frite" precisamente a una española, Teresa de Ávila, quien impulsó su cultivo para alimentar a los enfermos creyendo en sus propiedades curativas "cuando ya se cocía con aceite de oliva, y es posible, y muy probable, que la patata también", según las investigaciones de Cédric y Eddy Van Belle, fundadores del centro.
Sería un italiano residente en ese convento quien trasladó la patata de España a Bélgica en 1586, según este recorrido histórico, que explora sus raíces andinas y cuenta con los primeros documentos impresos que hacen referencia a su cultivo.
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